sábado, 12 de noviembre de 2022

#HistorietasPsicológicas - El albañil y el aprendiz



EL ALBAÑIL Y EL APRENDIZ


El joven tenía muchas ganas de aprender y su padre le había dicho que tenía la suerte de estar con uno de los mejores albañiles de la comarca. Siempre le había gustado la construcción; ya de pequeño jugaba con los legos construyendo casas y mansiones con sus habitaciones, ventanas y tejado. Ensimismado pasaba horas y horas en su pequeño mundo de creación constructora y ahora ya había llegado el momento de poner en práctica lo que tanto le gustaba.


El maestro albañil tenía el encargo de un pequeño chalet que requería un muro que lo rodeara con una altura de dos metros, pues al encontrarse en medio del campo este muro evitaría la entrada en el recinto de los numerosos rebaños de ovejas que pastaban por allí, así como de los jabalís que, especialmente por la noche, merodeaban por los alrededores.

El plan del maestro albañil era construir primero el muro que perimetraba la construcción y posteriormente comenzar con el chalet. Así que se pusieron manos a la obra…

El aprendiz observaba con detenimiento y fascinación los movimientos y ejecución del maestro albañil: cómo cogía los ladrillos, amasaba el cemento y utilizaba la paleta para ir colocando los bloques. Por ahora, el joven aprendiz sólo realizaba tareas de peón como transportar los ladrillos hasta el muro, mover los sacos de cemento o limpiar las herramientas, etc. Además el maestro le indicó una tarea a la que le dio gran importancia: tenía que sujetar fuertemente el muro con sus manos, mientras él se iba a almorzar a un bar cercano. Todos los días el maestro albañil, entre risotadas, les decía a los otros trabajadores que coincidían en el bar de los almuerzos que otra vez había dejado al novato aprendiz «sujetando» el muro, entre el cachondeo general del grupo.

Pasaban los días y el muro iba cogiendo forma; ya sólo faltaba el último tramo para finalizar el cerramiento del recinto y, como todos los días a la hora del almuerzo, el maestro albañil dejaba al aprendiz «sujetando» el muro, con la consabida advertencia de que lo sostuviera fuertemente para que éste no cayera. Sin embargo, el aprendiz, con el paso de los días, iba relajando su fuerza contra el muro, hasta que un día, cansado ya esta tarea, se arriesgó y soltó las manos de los ladrillos que estaba sujetando y, aunque en un primer momento notó una punzada en el estómago al temer que el muro se desplomara como le había advertido innumerables veces el maestro albañil, éste ni se inmutó y siguió erguido sin necesidad alguna de sujeción por parte del ingenuo aprendiz.

Cuando volvió el maestro del almuerzo y vio que el aprendiz no estaba haciendo fuerza hacia el muro como todos los días, le dijo: ̶ ¡Chaval, por fin te has dado cuenta! ̶ , mientras le removía el pelo cariñosamente. ̶ Mañana te vendrás conmigo a almorzar y te presentaré a mis colegas.

El aprendiz, entre sorprendido y avergonzado, había entendido de golpe la broma que le había gastado su jefe. No había problema en dejar el muro sin sujetar, el muro se sujetaba sólo. Había aprendido la lección y su pensamiento catastrófico se había eliminado. Ya no volvería a utilizar esa estúpida conducta para evitar una catástrofe que nunca iba a suceder.


Las reglas del juego


Los experimentos conductuales

Una de las estrategias más utilizadas en terapia psicológica es lo que denominamos experimentos conductuales, que consisten en «ejercicios» o actividades que el paciente lleva a la práctica, de forma voluntaria y consciente, en su día a día para superar un problema o una situación difícil. La fuerza de esta técnica es la fuerte revisión de los pensamientos irracionales que mantenemos de manera automática y sin ser conscientes y que, tras la realización de la tarea encomendada, se ponen en duda y empezamos a debilitar. Más allá del cambio cognitivo que podemos hacer analizando racionalmente nuestros pensamientos, los experimentos conductuales nos dan pruebas reales y contundentes enfrentando nuestros miedos a la vida real y comprobando las consecuencias de esta experiencia.

Ejemplo

Juan siempre llevaba manga larga, incluso en los calurosos días de verano donde todo el mundo vestía con tirantes o manga corta. De pequeño tuvo un accidente doméstico con el aceite caliente de una sartén que le produjo una quemadura en el brazo izquierdo. Desde entonces le resultaba muy incómodo enseñar ese brazo, por las cicatrices de la quemadura y, como conducta de evitación, vestía siempre con alguna prenda que le cubriera por completo ambos brazos. Sus pensamientos catastróficos, relacionados con su ansiedad social, se concretaban en burlas y mofas que otras personas pudieran realizar al observar esa parte de su cuerpo. Sólo era capaz de despojarse de la manga larga ante sus amigos de más confianza, con los cuales sabía que no iban a realizar chanzas ni burlas sobre este aspecto.
 
Empezó a ir a terapia y el psicólogo después de evaluar su caso le propuso que un día probara a despojarse de sus mangas por una avenida apartada de su residencia habitual y comprobara la reacción de las personas con las que se iba cruzando. Como era de esperar la respuesta de los viandantes fue nula. Nadie se fijó ni hubo ninguna reacción por parte de las personas que Juan se fue encontrando durante su paseo por la avenida. Evaluando lo sucedido con el psicólogo, Juan empezó un nuevo camino para enfrentar su miedo a enseñar su cuerpo.


Arriesgar para superarnos


El novato aprendiz mantuvo muchos días una conducta de seguridad totalmente inútil para evitar una catástrofe que solo existía en su cabeza. Igual que él, muchas veces las personas mantenemos conductas neuróticas que solamente sirven para no tener vidas más plenas de las que podríamos tener y, además, paradójicamente, para seguir manteniendo y alimentando nuestros miedos irracionales. Dar el paso y atrevernos por primera vez a hacer lo que tanto tememos no soluciona nuestro problema de repente, pero nos permite empezar a caminar por la dirección adecuada iniciando la superación de nuestros trastornos psicológicos, muchos de ellos con años de evolución.
 
Los experimentos conductuales nos permiten darnos cuenta y ser conscientes de que hemos estado sosteniendo conductas que no sirven para nada, puesto que al final no ocurre lo que tanto tememos. Nos hacen reflexionar sobre la idoneidad de nuestra estrategia y nos permiten profundizar en conductas y pensamientos mucho más racionales que nos sirvan de verdad y que nos hagan más libres y felices. Pero el primer paso siempre es el mismo: cerrar los ojos y atrevernos a hacer o dejar de hacer lo que durante tanto tiempo hemos hecho para que no sucedieran esas supuestas catástrofes. Y solo después de realizar nuestro «experimento conductual» podremos observar en primera persona si nuestros pensamientos irracionales nos estaban gastando una broma pesada. Igual que le pasó al novato aprendiz, que tuvo que arriesgarse y dejar de «sujetar» el muro para comprobar que el muro no necesitaba de sus brazos ni su fuerza para seguir erguido por mucho que su jefe le hubiera dicho en su momento que debía hacerlo (para gastarle una broma).

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