lunes, 31 de enero de 2022

#HistorietasPsicológicas - El rey glotón



EL REY GLOTÓN1


En el remoto territorio de Tragaldabia gobernaba un soberano que disfrutaba con suculentos festines. Compartía mesa y mantel con los más nobles del reino. Los banquetes se alargaban hasta el amanecer. En los convites devoraban salmones frescos al limón, aderezados con espumosos de la región de Champaña; truchas rellenas de jugosas láminas de panceta crujiente, guarnecidas con vinos blancos de las laderas del Rin; faisanes embuchados con ciruelas y uvas, dorados a la miel, regados con caldos rojos de las soleadas tierras del sur; ciervos asados en espetón, con confitura de grosellas y bayas silvestres de los bosques, acompañados de licores variados; mangos, chirimoyas, papayas; frutos traídos de parajes exóticos; hojaldres de canela y crema, cubiertos de chocolate caliente…

Amaneció un mal día. Un rumor, más temible que la peste negra, se propagó como una epidemia por los dominios de Tragaldabia: el rey glotón está triste, ¿qué tendrá el rey glotón, que ya no saborea los manjares? Un decreto real confirmó los presagios más funestos de los vasallos. Soldados iban y venían por cañadas y veredas reclutando nuevos cocineros para palacio. Aquel que restituya el deleite al monarca será encumbrado, pero a quien fracase se le condenará al patíbulo. Prestigiosos guisanderos cocinaron los platos más imaginativos, mero con gusto al cordero, pollo con sabor a centollo... A pesar de las creativas combinaciones, uno tras otro perdieron literalmente la cabeza. Por fin, le tocó el turno al más afamado. Preparó un manjar aliñado con sencillez. Tras degustarlo, el rey mandó traerle a su presencia. Desilusionado, objetó:

–Poseéis enorme fama y cordura, pero vuestra receta no acaba de convencerme.

–Majestad –respondió el humilde servidor– me falta un ingrediente para su sazón.

–¿Cuál? –inquirió el rey con ansiedad expectante– Decídmelo y ordenaré a mis ejércitos que os lo consigan de inmediato, aunque se halle en la colonia más alejada del imperio.

–No se encuentra tan lejos –replicó el cocinero.

–Entonces, ¿qué es?

–Vuestra hambre, Majestad, vuestra hambre –sonrió el cocinero al asombrado rey glotón.

Y cuenta la leyenda que aquel cocinero salvó la vida.

1 Historia extraída del libro El niño que no sonríe de Francisco Xavier Méndez. Editorial Pirámide, 2001.


Las reglas del juego


La saciación y la privación

El principio de saciación se produce cuando un determinado refuerzo positivo es administrado masivamente y en un espacio de tiempo más o menos reducido. Cuando se produce este hecho el refuerzo positivo en cuestión pierde su potencialidad y atractivo al saciarnos de él. Lo que en un primer momento posee una fuerte atracción, teniendo la capacidad de movilizar conducta para alcanzarlo, si se posee repetidamente pierde de manera paulatina la propiedad de producir el placer que en un primer momento generaba y por lo tanto pierde sus propiedades como refuerzo de la conducta.
Por el contrario, el principio de privación se define de la siguiente manera. Es cuando un refuerzo positivo desaparece o disminuye drásticamente; en ese momento las actividades o elementos atractivos que podrían constituir dicho refuerzo para el sujeto incrementan exponencialmente su valor, adquiriendo una fuerte potencialidad para aumentar posibles conductas contingentes o asociadas a éstas.

Ejemplo 1

Si una persona, por motivos económicos, políticos o laborales, tiene que irse de su país de origen, todas las actividades y relaciones sociales que habitualmente desarrollaba desaparecerán drásticamente. Esto produce que dichas actividades, que posiblemente antes al realizarlas cotidianamente no poseían ningún o poco valor reforzante, ahora tras su desaparición se eleva exponencialmente su valor. Por lo tanto cualquier recuperación de estas actividades ya sea porque se realicen de manera parecida en su nueva residencia o porque se pueda volver temporalmente a su lugar de origen, se convierten en reforzadores muy potentes.

Ejemplo 2

Un hijo único con padres que están poco en casa por motivos laborales. Además es el primer nieto de ambos abuelos paternos y maternos. Al ser el único infante de la familia es agasajado habitualmente con multitud de juguetes, ropas, tecnologías y caprichos. Inevitablemente esta gran cantidad de refuerzos sacian al niño convirtiéndolo en desagradecido y caprichoso ante el enfado y desconcierto de padres y abuelos. ¿De quién es la culpa, del niño o de su familia?


No mucho o más, es mejor siempre


El principio de saciación es muy importante tenerlo en cuenta en la educación de nuestros hijos y en las relaciones sociales para entender el porqué de algunos comportamientos.

En la fábula del rey glotón, nadie entendía por qué el rey estaba triste y menos aún que no disfrutara con la comida que anteriormente le deleitaba. El principio de saciación había hecho estragos en su estado de ánimo y apetito. El tenerlo todo fácilmente nos hace vulnerables y débiles, produciendo además la pérdida de valor de los reforzadores y la falta de sentido a la vida. El descanso y la vacación sólo se valoran apropiadamente cuando hemos realizado una actividad continuada o un esfuerzo; si constantemente estamos tumbados y descansando, el asueto pierde su sentido y el placer de hacerlo. Así como el placer por los platos exquisitos solo se mantiene cuando los comemos de vez en cuando; si todos los días disfrutamos de grandes manjares, éstos dejan de producir el entusiasmo que inicialmente producían, pasando a aburrirnos y desinteresarnos.

En los «países desarrollados»2, muchas familias tienen las posibilidades de colmar sobradamente los deseos materiales de sus hijos u otras relaciones y, en algunos casos, los padres ante el recuerdo de sus deseos frustrados cuando eran pequeños, deciden satisfacer todos los caprichos de sus hijos para que sean felices. Sin embargo, la felicidad no se alcanza por obtener todo sin esfuerzo, sino por conseguir nuestras metas con el consiguiente trabajo. Muchos padres se pueden permitir regalar a sus hijos móviles de alta gama o ropas de primeras marcas, pero si concedemos estos refuerzos materiales a nuestros pequeños sin que les cueste ningún trabajo para conseguirlos, ¿qué valor le van dar a esos costosos objetos en el futuro? Ninguno. Vemos constantemente móviles de muchos cientos de euros tratados sin ningún cuidado o ropas muy caras que se quedan en el armario, ante el asombro y el enfado de los padres. Sin embargo, aunque esto nos sorprenda e irrite, es la consecuencia de tenerlo todo, o casi todo, sin ningún o poco sacrificio para obtenerlo. El principio de saciación se manifiesta implacable ante nuestra incredulidad más allá de lo que nos gustaría.


No es más feliz el que menos hace, ni el que más tiene


Seguramente las conclusiones de este artículo son un tanto perversas porque nos coloca ante la tesitura de que pudiendo, a veces es mejor no dar tanto o no permitirnos tanto. Nunca antes en la historia de la humanidad, tantas personas habían disfrutado del nivel de vida actual y eso, sin lugar a dudas, está muy bien. Por otra parte, no me olvido de que sigue habiendo muchos millones de personas que no poseen ni tan siquiera lo imprescindible para vivir dignamente, sin embargo en lo que llamamos «países desarrollados»2 amplios sectores de la población tienen capacidad económica para adquirir un gran número de bienes de consumo y de servicios.

La consecución de una personalidad robusta y resistente siempre se consigue con una carestía razonable de bienes materiales que nos haga apreciar las cosas que recibimos y una proporción de dificultades en nuestra formación que no sean insalvables y nos permitan hacernos resistentes a las adversidades, haciéndonos valorar la vida en su justa medida.

En lo concreto esto quiere decir lo siguiente:

–Que no podemos comer todos los días lo que nos gusta porque, si no, seguramente en un breve espacio de tiempo repudiaremos este alimento y además no será muy bueno para nuestra salud física.

–Que no podemos complacer siempre a nuestros hijos aunque nos sintamos chantajeados por ellos, o aunque pensemos que serán infelices si no aceptamos sus demandas. No es imprescindible un móvil de alta gama para un niño, no es necesaria siempre la mejor ropa, no es bueno que coma sólo la comida que le gusta, no es bueno que siempre vea la tele hasta muy tarde, no es bueno intentar agasajar siempre con lo mejor a un amigo o pareja. Actualmente nos podemos permitir muchas cosas que saturan rápidamente nuestra tolerancia psicológica de agradarnos y que por el principio de saciación antes comentado, hace que pierdan valor con todas las consecuencias asociadas.

–Que solo el descanso se aprecia cuando estamos cansados; solo el hambre (hambre de verdad) aparece cuando no hemos comido durante unas horas; sólo los lujos se valoran ante la austeridad; el sueño reparador aparece mejor cuando nos hemos levantado pronto y no hemos echado «pequeñas» cabezadas durante el día; el placer de levantarse tarde el domingo sólo aparece cuando madrugamos durante la semana; solo una vida con las necesidades cubiertas es bien valorada por los que en algún momento no lo tuvieron todo.

Para finalizar, y como le pasó al rey glotón, no es más feliz el que lo tiene todo o el que menos hace. Es más feliz, aunque seguramente ni se lo plantea, aquel que consigue sus objetivos con esfuerzo y sacrificio. No es más feliz el que menos hace o el más se evade de sus responsabilidades. Esto último solo nos lleva a un círculo vicioso en el que cualquier esfuerzo, por pequeño que sea, se convierte en un calvario y cualquier pequeño contratiempo en un obstáculo insuperable. Recuerden, pues, lo que le ocurrió al rey glotón y no permitan que les suceda lo mismo ni a ustedes ni a las personas que dependen de ustedes.


Los usos perversos de la privación y sus soluciones


Como hemos aprendido en este artículo, el principio de privación consigue que determinados refuerzos, ante su escasez, se conviertan en potentes motivadores. Tanto en los «países desarrollados»2 como desde luego en los «países pobres»2 hay grandes capas de la población sin que sus necesidades básicas estén cubiertas. Esto hace que se conviertan en blanco fácil de la explotación laboral y desgraciadamente sexual para muchas mujeres. La perversidad de aprovecharse de la necesidad de estas personas tiene remedios muy potentes con políticas sociales como la Renta Básica Universal o el Trabajo Garantizado. Ambas estrategias, aun con sus profundas diferencias, intentan paliar la pobreza extrema para que nadie tenga que verse obligado a trabajar por un sueldo de miseria o vender su cuerpo para mantener a su familia.■

Aunque son entendibles por todos las expresiones de países desarrollados y países pobres, no soy partidario de estas denominaciones porque no dejan de ser expresiones peyorativas según en qué parte del mundo uno viva. Habría que hablar mucho sobre qué conceptos éticos o morales se podrían barajar para denominar a un país desarrollado o pobre.

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