jueves, 6 de enero de 2022

#HistorietasPsicológicas - La presa



LA PRESA


Estaba loco, decían muchos. Pero su seguridad y convicción en el proyecto arrastraban el entusiasmo y el apoyo de muchos otros. –Dominar la naturaleza siempre ha estado en el ADN humano –decía ufano el Señor de aquellas tierras.

Era un valle precioso, con abundante vegetación y huertos que rodeaban la aldea que daba nombre también al valle. La Estrella, se llamaba, o la «buena estrella», decían algunos por las buenas condiciones que presentaba el terreno. Varias fuentes brotaban de las laderas, regando los cultivos por canalizaciones antiguas que fueron construidas por los antepasados de los lugareños. Cerezos y almendros eran los árboles leñosos más abundantes de La Estrella, lo que producía unas primaveras esplendorosas cuando florecían. El paisaje se iluminaba con un blanco virginal y desde la altura de las altas montañas colindantes se podía ver una imagen de larga manta blanquecina que jalonaba gran parte del valle. Además, los campesinos cultivaban toda clase de hortalizas que crecían en los fecundos huertos lo que junto con los abundantes corrales de gallinas, ocas y cerdos aseguraban la manutención de los habitantes del lugar.

El riachuelo que atravesaba la aldea y el centro del valle era un torrente caprichoso. Normalmente bajaba un caudal constante pero reducido, lo que permitía en verano utilizarlo como lugar de baño por sus numerosas pozas, especialmente por los más pequeños. Sin embargo, una o dos veces en cada generación el «inocente» riachuelo se transformaba en un poderoso e iracundo río. Multiplicándose muchas veces el caudal habitual, producía grandes desastres, tanto en la población como en los cultivos de todo el valle que resultaban arrasados por la virulencia de las aguas. Árboles arrancados, bancales destrozados con grandes surcos y huertos desaparecidos eran las consecuencias de aquellas fuertes avenidas de agua. Por otra parte, el panorama que dejaban las riadas en la población era terrible. En varias ocasiones en el último siglo el puente principal de La Estrella había sido dañado y las aguas, llegando a casi dos metros de altura dentro de la población, habían deteriorado gran parte del mobiliario y de las reservas de alimentos de los habitantes.

La última gran riada había sido de las más devastadoras de la que los registros tenían datos. El agua superó los dos metros y medio dentro del municipio y el puente principal tuvo que ser reconstruido. El Señor del lugar tenía a gran parte de la población a su favor y pensó que había llegado el momento de poner en marcha su plan para remediar estos crónicos desastres.
 

Días de vino y rosas

Pocos kilómetros aguas arriba del valle, las montañas se juntaban dejando menos de cien metros de abertura. –Este será el lugar –dijo el Señor de La Estrella rodeado de sus más fieles siervos. Las obras comenzaron pocos días después. Una maqueta expuesta en la plaza de la villa visualizaba el proyecto que se estaba construyendo. Era una gran presa que tapaba la estrecha abertura por la que discurría el riachuelo en ese lugar. La altura era imponente con más de 200 metros de longitud y un grosor que superaba en su base los cincuenta metros. –Indestructible –fueron las palabras del Señor cuando algunos aldeanos se extrañaron ante el diseño de una presa que no tenía aliviaderos ni compuertas para evacuar el agua en las futuras avenidas que seguro se iban a producir. Sin embargo la vehemencia con la que el Señor de aquellas tierras defendía su proyecto hicieron acallar las pocas voces que se atrevieron a poner en duda la idoneidad de este.

En poco más de un año las obras llegaron a su fin y la imponente presa estaba finalizada. El riachuelo aparecía insignificante ante la majestuosidad de las paredes del embalse y al llegar hasta la presa se paraba formando un pequeño charco que visto desde la parte de arriba de los muros parecía minúsculo. Los años pasaron y el proyecto del Señor parecía tener éxito. Las aguas del riachuelo se embalsaron ante la presa llegando a un nivel que no se sobrepasaba gracias a la evaporación y a las filtraciones del terreno que producían valle abajo numerosas fuentes naturales que los campesinos aprovechaban para regar sus cultivos y dar de beber a sus animales, así como para consumo doméstico.

El Señor estaba pletórico con su solución final para evitar las riadas. –He conseguido dominar a la naturaleza –pensaba orgulloso. –Nunca jamás volverán las riadas a destruir nuestros campos ni a dañar nuestras casas –se repetía a sí mismo.


El hombre propone y la naturaleza dispone

Fue un verano caluroso, más de lo normal. Las aguas del cercano océano estaban cálidas y con las primeras llegadas de aire frío del norte empezaron a producirse fuertes condensaciones de humedad que desembocaron en la gota fría más devastadora de las últimas décadas.

En el poblado vivían tranquilos, casi se habían olvidado del peligro que valle arriba les acechaba… eran felices. Las fuertes ráfagas de lluvia que cayeron en el valle de La Estrella aguas abajo de la presa hicieron que el torrente volviera a renacer con las dimensiones del pequeño riachuelo que muchos años atrás discurría por el valle. Ante la novedad, muchos se acercaron a observar este fenómeno que no veían desde hacía tantos años y los niños, al observar por primera vez cómo el riachuelo recuperaba su antiguo cauce, se acercaron a jugar y chapotear con el agua que nunca habían visto en este lugar.

Kilómetros arriba la situación no era tan bucólica. Las montañas atraían las nubes que descargaban grandes cantidades de precipitaciones. Más de 300 litros por metro cuadrado en algunas laderas de las montañas hicieron que la lámina de agua subiera de manera incesante, superando ampliamente el nivel que habitualmente tenía. Las lluvias no paraban y las aguas se retenían en el embalse que no cesaba de llenarse. Superó más de la mitad de su capacidad y la situación parecía que estaba controlada. Sin embargo el cielo seguía plomizo y la humedad que se seguía proyectando del cercano océano hacía que el flujo de tormentas no cesara. La presa superó más de tres cuartas partes de su capacidad y empezaron a aparecer pequeñas fisuras que los técnicos justificaron por el asentamiento del terreno. Pero el flujo de lluvia no paró y la presa alcanzó su techo máximo de capacidad. La lámina de agua llegaba a los 200 metros de altura, la misma que tenía la parte más alta de la presa. La presión que ejercían las aguas era máxima y el terreno comenzó a ceder. La falta de aliviaderos y compuertas hizo imposible rebajar la fuerza con la que los millones de litros de agua empujaban las bases del embalse. Finalmente la presión fue tal que provocó una falla en la estructura y la presa se resquebrajó abriéndose en canal y desalojando de golpe toda la fuerza que la naturaleza había estado acumulando. Las aguas tardaron tres minutos en llegar a La Estrella. Fue el final. Nadie ni nada quedó tras el paso de la avalancha de agua. Muchos kilómetros aguas abajo la avalancha produjo graves daños a las poblaciones por las que discurría el río, pero pudieron recuperarse. De la villa que había querido dominar a la naturaleza nada quedaba. Ni puente, ni iglesia, ni casas. El lodo lo había arrasado todo y no quedó piedra sobre piedra ni ningún superviviente que pudiera contar lo sucedido.


Las reglas del juego


El dolor y el sufrimiento no son intrínsecamente malos en psicología

Las pérdidas y los traumas duelen tanto como lo que subjetiva y objetivamente sentimos que perdemos. Y ese dolor y sufrimiento son los «jugos gástricos» que permiten elaborar (digerir) esa pérdida. No es fácil, no tiene por qué ser rápido y nadie dijo que fuera a ser sencillo. La elaboración (digestión) de una pérdida a través del duelo por parte de cada persona es variable, pero lo que tienen en común los duelos en todas las personas es el malestar emocional que este proceso psicológico produce. Y el dolor es directamente proporcional al valor que le damos a la pérdida. Por lo tanto, cuanto más profunda o grande sea la pérdida en un individuo más vamos a sangrar emocionalmente. Y ese dolor, como decíamos anteriormente, es, paradójicamente, bueno y curativo para superar nuestro proceso psicológico.

El que no aparezca ese dolor con toda su intensidad se puede deber a tres causas principalmente:

- Que la pérdida no sea tan importante como se pensaba y por lo tanto no haya nada que penar.

- Que se active un mecanismo de defensa psicológico ante la imposibilidad de vivir una realidad que se hace insoportable. De esta forma nuestra psique se defiende percibiendo los hechos como no reales o directamente realiza un proceso de amnesia de los hechos ocurridos.

- Que se apliquen tratamientos terapéuticos para evitar que se produzca ese duelo que haga sufrir emocionalmente a la persona.


El significado del duelo

En medicina, psiquiatría o psicología queremos el bienestar físico y mental de nuestros pacientes. Sin embargo, la salud mental a veces tiene matices que se escapan a la lógica de la salud física. Como decíamos antes, el dolor es necesario para superar un duelo y si nuestras indicaciones terapéuticas van dirigidas a intentar evitar o bloquear ese sufrimiento desde el principio, podemos afirmar que no estamos dejando la oportunidad para que esa persona realice la digestión de su pérdida. Por lo tanto en algunas ocasiones los tratamientos psicofarmacológicos o terapéuticos dirigidos a bloquear el dolor emocional desde el principio pueden traer malas consecuencias a medio y largo plazo al no permitir la correcta digestión de la pérdida a través del duelo. El dolor debe salir y es bueno que salga de la mejor o peor manera posible, pero debe salir. Cuando no lo dejamos salir, sin otro objetivo terapéutico que el evitar el sufrimiento emocional al paciente, puede producir a medio y largo plazo deficientes elaboraciones de la pérdida o devastadoras crisis vitales años después del suceso traumático.

Vivimos en sociedades y culturas que rechazan el dolor emocional en sus diferentes expresiones e inventamos multitud de terapias y tratamientos para estar siempre tranquilos y felices. Pero la realidad psicológica no es así; las emociones de enfado, ira, tristeza o ansiedad forman parte de la psicología humana y en muchos momentos tienen un significado, una funcionalidad psicológica que debemos entender y aceptar. La búsqueda obsesiva de la constante felicidad y ausencia absoluta de dolor emocional nos abocan a escenarios peligrosos en la salud mental.

La psicología tiene sus tiempos, a veces es bueno esperar, no tener excesiva prisa. Entender que las emociones forman parte de nuestro crecimiento y desarrollo personal. Es normal estar a veces triste o ansioso, por muy angustiosas que sean estas emociones. Estamos vivos y la vida es cambiante, sorprendente, impredecible y nos debemos adaptar psicológicamente a ella. Intentar anular las emociones que enfrentan la vida es no entender verdaderamente nuestra humilde humanidad.


Volvamos a nuestra presa


El Señor de La Estrella no quería sufrir las consecuencias de las grandes avenidas de agua que periódicamente azotaban el valle y, para evitar esto no se le ocurrió otra cosa que taponar el río. El torrente son nuestras emociones que a veces vienen más calmadas y otras veces a oleadas, pero son parte de la vida. Y eso hace que en ocasiones se destrocen cosas, pero es inevitable. Sin embargo en La Estrella optaron por la opción más radical, eliminar el torrente sin darle una salida, pensando que podrían construir un muro lo suficientemente alto que detuviera eternamente el arroyo. Pero no hay muro que pueda detener la fuerza de la naturaleza sin aliviaderos, ni terapia que pueda eliminar de manera eficaz y eterna el dolor emocional, porque estas estrategias maximalistas al final fracasan y producen más daños que beneficios como les pasó a los habitantes de La Estrella, que al no querer tener nunca ninguna molestia con las avenidas del río, perdieron su vida y posesiones de golpe cuando la naturaleza destrozó los muros de la presa. Siempre es mucho mejor dejar aliviaderos y compuertas que puedan desaguar el embalse y que aunque en algún momento puedan producir daños aguas abajo cuando se abren las compuertas, durante los episodios de gota fría, al final estas medidas de convivencia controlada con la naturaleza son siempre mucho mejores que la de intentar dominar a la misma, pues acaban siempre en fracaso y destrucción.

De igual forma sucede con la psique humana, que no se puede controlar por completo y siempre es mejor negociar y entenderse con ella sin negarla. Cuando bloqueamos sine die procesos psicológicos como el duelo, este tiende a hacerse crónico y alargarse en el tiempo. Siempre es mejor que las emociones discurran, aun haciendo daño y destrozando cosas, que taponarlas, porque, como ocurrió con la presa de La Estrella, las consecuencias pueden ser desastrosas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario