lunes, 14 de junio de 2021

#HistorietasPsicológicas - El incendio y los bomberos



EL INCENDIO Y LOS BOMBEROS


Era una casa bonita, de esas que salen en las películas. De madera blanca, con grandes ventanales en la planta baja, un amplio porche con una mesa, varias sillas y un par de hamacas. En la segunda planta estaban las habitaciones abuhardilladas con ventanas más pequeñas. Y ya en el tejado, de color gris oscuro, sobresalía una imponente chimenea que hacía intuir el acogedor fuego bajo del salón-comedor de la casa.

No era la primera vez que sucedía… Bueno, mejor dicho, había sucedido muchísimas veces antes y nadie lo entendía. De repente la casa se incendiaba. Comenzaba con una explosión repentina que hacía volar por los aires todos los cristales de las ventanas de la vivienda. Desde el exterior se podía entrever cómo las llamas devoraban el interior de la casa: muebles, sofás, cortinas, etc. eran pasto de las llamas. Un humo denso y negro se escapaba a través de las ventanas...

El aviso había llegado hacía unos segundos al parque de bomberos de la ciudad. Varios vecinos habían llamado alarmados ante el incendio que se estaba produciendo al lado de sus casas. Inmediatamente varios bomberos se subieron al camión que con la sirena y las luces de emergencia encendidas se dirigía sin perder un instante al lugar de las llamas.

Era el típico camión de bomberos rojo, con sus mangueras a ambos lados y detrás del vehículo. Y una escalera plateada en la parte superior de la caja del camión. Su sirena producía un sonido atronador y sus luces de emergencia deslumbraban a los viandantes que sorprendidos se giraban ante el avasallador paso del camión.

Una columna de humo señalaba claramente el lugar del incendio al que en pocos minutos ya había llegado el vehículo. Los bomberos se pusieron rápidamente manos a la obra desplegando las mangueras y acordonando la zona. Había un claro riesgo de que el incendio se propagara a las casas adyacentes a través del arbolado y los coches que rodeaban el edificio.




Uno de los bomberos conectó una de las mangueras en la boca de riego más cercana. A continuación dirigiendo ésta hacia del edificio soltó un potente chorro que al chocar contra las paredes llameantes e introducirse a través de las ventanas dentro de la casa, produjo unas impresionantes llamaradas que subieron hacia el cielo a casi un centenar de metros. Los otros bomberos en una operación similar al intentar sofocar el fuego con la misma estrategia produjeron el mismo efecto incendiario en otras zonas de la casa.

Nadie entendía nada. Los bomberos cuanto más se esforzaban en apagar el fuego con los potentes chorros que enviaban sus mangueras hacia la casa, más llamaradas producían y en más infernal se convertía todo el escenario.

Algunos vecinos al comprobar el efecto contraproducente de los esforzados bomberos les empezaron a increpar para que cedieran en su empeño de sofocar el fuego, dado que empezaban a temer por sus casas ante la virulencia que estaba alcanzando el incendio de la casa vecina. Sin embargo los bomberos, sin entender nada, redoblaron sus esfuerzos produciendo cada vez más un incendio mayor.


Las reglas del juego


No todo es como pensamos que tiene que ser. A veces el comportamiento humano parece que tiene sus contradicciones; aunque verdaderamente no es así, solamente no estamos entendiendo una parte de la ecuación.

Es importante entender que los comportamientos que mantenemos a medio y largo plazo tienen una funcionalidad. Permanecen por algo; ningún comportamiento se mantiene sin un sentido o refuerzo. Otra tema es que no encontremos, a veces, esa funcionalidad.

Entre los reforzadores más importantes están la atención y el deseo de poder.

Como seres sociales que somos las personas necesitamos atención, más intensa y constante cuando somos pequeños. Y esa atención que necesitamos como el comer, la vamos a buscar de una manera o de otra. Si cuando estamos jugando tranquilamente, comiendo con la cuchara o peinando a nuestras muñecas, nadie nos dice nada ni nos mira, pero cuando empujamos a nuestro hermano, comemos con la mano o tiramos un jarrón la bronca y el sermón de los papás es máximo, estamos enseñando a ese pequeñajo que la manera de tener su ración de protagonismo y atención es de esa forma. Nosotros modelamos la conducta de los demás dando y quitando atención a determinados comportamientos que se refuerzan o debilitan dependiendo de la atención que les prestemos.

Muy unida a la necesidad de atención está el deseo de poder, de controlar, de manejar. Desde pequeños utilizamos nuestras conductas con la intención de controlar las situaciones. Cuando de bebés solo sabemos llorar, utilizamos este recurso para controlar la conducta de nuestra madre. El deseo de mandar, de conseguir lo que queremos y controlar las situaciones es un refuerzo muy primario y potente que explica a veces comportamientos que no entendemos y que incluso van en contra de la lógica.


Volvemos a nuestro incendio


Y aquí es donde entra nuestro incendio y bomberos incendiarios. A veces, sin darnos cuenta, conductas que queremos eliminar las fortalecemos por nuestra desmesurada atención a los eventos negativos; unido en muchas ocasiones a nuestra bajo interés por los comportamientos adecuados y positivos (pensando que simplemente es lo que se debe hacer). 

El incendio era la ejemplificación de la última rabieta o el último mal comportamiento que alguien había cometido. Y rápidamente los bomberos, que podrían ser perfectamente unos padres crispados, salían a abroncar, gritar y sermonear el último desmán de su hijo. Y los chorros de agua que ellos pensaban estar echando para sofocar el incendio, verdaderamente eran de gasolina. La manguera no estaba conectada a una boca de riego, estaba conectada a una de combustible. Y a cada bronca, la rabieta se fortalecía como la gasolina al fuego. 

Por una parte está la atención que recibe el abroncado pero sobre todo es el poder que consigue en ese momento por su mal comportamiento. Todo gira a su alrededor, todos le miran, él manda, él controla. Para mal, pero su poder es absoluto. Lo ha vuelto a conseguir, con su (mal) comportamiento todos han estado pendientes de él y cuanto más han querido que se diera cuenta y reprocharle sus “errores” más han sido éstos reforzados. Nadie entiende nada, ni los que le gritan ni el que tuvo el mal comportamiento. Pero las probabilidades de que el incendio se vuelva a producir se han incrementado tras este último suceso… 

Nuestra ira y nuestro enfado en muchas ocasiones son, sin quererlo ni darnos cuenta, potentes reforzadores de las conductas que queremos eliminar. La estrategia es la siguiente: mima mucho lo que se hace bien, lo que es correcto aunque sea intrascendente u obligatorio y por otra parte intenta no cargar mucha emoción negativa ante las conductas negativas o disruptivas (eso no quiere decir que lo permitas), aplica las consecuencias que consideres adecuadas pero sin reproches, enfados ni ira. Recuerda: tu ira es la gasolina muchas veces de su mal comportamiento. ¡Cambia la estrategia!




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