Aurora la conductora
Tendría unos ocho años cuando sucedió. Como todos los días, Aurora volvía del colegio con su padre. Había sido un día intenso y, como una cotorra, le iba diciendo y explicando a su padre todas las vicisitudes de la jornada. Además, había tenido un examen sorpresa en la última hora y eso se lo tenía que explicar muy bien a papá.
Su padre atento y sonriente asentía a las explicaciones de su hija mientras conducía hasta casa. Un despiste y la mala suerte se juntaron en el momento más inoportuno. Un coche descontrolado se saltó el stop mientras el padre miraba unos segundos por el retrovisor las expresiones de su hija. Fue todo muy rápido. El vehículo que se saltó el stop embistió al coche de Aurora. Saltaron los airbag y el coche giró como una peonza impulsado por el choque. La niña, aturdida, empezó a llorar histéricamente mientras su padre se quitaba el cinturón para socorrer a su hija. Los sistemas de seguridad del vehículo funcionaron a la perfección. Los dos salieron del coche sin ninguna lesión pero con las piernas temblando y un susto tremendo metido en el cuerpo. El otro conductor salió peor parado: un latigazo cervical y varios huesos rotos le hicieron estar una buena temporada de convalecencia.
Pasaron unos días y la vida tenía que seguir su curso. Y, valga la redundancia, el curso de Aurora no paraba: ella tenía que ir y montar con su padre en el coche para ir a clase. Cuando la niña volvió a subir al vehículo por primera vez después del accidente, sus piernas temblaban como un cascabel y una punzada en el estómago le hizo recordarlo de golpe. –Papá no quiero subir –dijo entre sollozos. Cariñosamente, su padre le dio un abrazo y le prometió que estaría con cuatro ojos mirando hacia todos los cruces para evitar cualquier susto. Aurora, resignadamente, asumió su viaje mientras controlaba en todos los cruces que ningún coche se abalanzara sobre ellos. Pasaron los días, las semanas y los meses. Y Aurora volvió a ser la de antes. Dicharachera, parloteaba como una cotorra durante todo el trayecto mientras su padre le sonreía asintiendo sin dejar de controlar los cruces con la mayor de las precauciones.
Los años pasaron y Aurora se hizo mayor. Los dieciocho años le abrieron las puertas a muchas actividades que anteriormente por su edad no podía hacer, entre las que estaba la posibilidad de sacarse el carnet de conducir. Pero eso eran palabras mayores para Autora, que nunca se olvidó del accidente acaecido años antes con su padre. Pasaron los dieciocho, los diecinueve y llegaron los veinte… y su padre insistió encarecidamente en que accediera a sacarse el carnet, a lo que ella siempre buscaba la excusa de la falta de tiempo por los estudios que cursaba. Pero la insistencia de su padre y el ver que todos sus amigos de alrededor tenían ya su permiso de conducir, convenció a Aurora de que había llegado el momento.
La parte teórica fue rápida. Aurora estaba acostumbrada a estudiar y se sacó a la primera el examen teórico. Otro cantar fue la práctica. Sus demonios aparecían cada vez que se subía al coche para hacer las prácticas. El estómago se le encogía, las palmas de las manos le sudaban, su cuerpo se aceleraba y sus músculos se tensaban. Se ponía muy nerviosa, tanto que algunos días cancelaba la práctica con alguna excusa que le permitiera no pasar por aquel trago tan desagradable que le producía ponerse a los mandos del volante. Pero, tal como le pasó cuando volvió a subirse en el coche después del accidente con su padre, su ansiedad poco a poco empezó a bajar. Cada vez se notaba más segura. No sabía por qué pero sus nervios estaban cediendo. Hasta que llegó el día del examen y los nervios que parecían controlados volvieron a aparecer bloqueándole los músculos y suspendiendo el examen. Superada por la situación, Aurora fue consolada por su padre, que la tranquilizó como tantas otras veces y le dio la seguridad y confianza para volverse a presentar las veces que fueran necesarias. A la segunda tampoco pudo ser y, como se suele decir, a la tercera fue la vencida. Aurora por fin aprobó su permiso de conducir. Después de aprobar, su padre tuvo una conversación con ella. –Hija, es normal que te sientas nerviosa conduciendo después de lo que nos pasó, pero ahora que te has sacado el carnet tienes que empezar a conducir todos los días que puedas. Si lo dejas y no lo utilizas, poco a poco te irá dominando el miedo y en poco tiempo serás incapaz de conducir. Nada más decir esto su padre le sorprendió con un pequeño coche de segunda mano que le había comprado y le hizo caso, no dejó de conducir y de enfrentarse a sus demonios que le hacían aparecer en su cabeza todo tipo de accidentes. Pero ella, disciplinada y concienciada con su problema, obedeció a su padre y, siempre que podía y lo necesitaba, utilizaba su precioso utilitario, eso sí, con la mayor de las precauciones y respetando siempre las normas de circulación, de lo que sus amigas se mofaban por lo cauta que era al volante ante su sonrisa cómplice.
Los años pasaron y Aurora se convirtió en una experta conductora sin ningún inconveniente en ir a cualquier parte de España e incluso adentrarse en algunos países vecinos. Su padre estaba orgulloso de ella y ella agradecida a su padre porque sin él jamás habría superado su miedo a conducir.
Las reglas del juego
La habituación
El proceso de habituación es considerado como la forma más básica de aprendizaje que tienen los seres vivos, incluso los unicelulares. En líneas generales la habituación se produce cuando exponemos al sujeto repetidamente a un estímulo. Esto hace que, inevitablemente, la respuesta o reacción a ese estímulo sea cada vez menor. Ya sea que la situación o estímulo nos emocione, nos enfade, nos de miedo o felicidad. Si se presenta constantemente al final nuestra respuesta va disminuyendo, nos habituamos.
Este principio general en psicología es utilizado de manera sistemática en terapia. Para que la habituación tenga un efecto satisfactorio tenemos que realizar la exposición con prevención de respuesta, lo que significa que para que nos acostumbremos a un estímulo tenemos que exponernos al mismo sin nada que enmascare o debilite la intensidad del mismo. Por otra parte, cuanto más largas y repetidas podamos realizar las exposiciones, con mayor premura nos habituaremos al estímulo que queremos dominar.
Funcionamiento de la exposición en ansiedad
Todos los procesos que regulan nuestra respuesta de ansiedad son controlados por el Sistema Nervioso Autónomo (SNA*). A nivel fisiológico, la exposición a los estímulos ansiógenos funciona de la siguiente manera. Cuando nos enfrentamos al estímulo temido, en un primer momento la ansiedad sube rápidamente (hasta un tope), se enciende el SNS (Sistema Nervioso Simpático), a partir de ese momento la ansiedad se estabiliza en unos máximos y, pasado un tiempo, la ansiedad comienza a descender porque empieza a actuar el Sistema Nervioso Parasimpático (SNP), que reduce la respuesta de ansiedad. Cuando nos enfrentamos por segunda vez al estímulo temido, la respuesta de ansiedad sube un poco menos y se acaba antes. La tercera vez tiene menos impacto, y así sucesivamente hasta que la exposición hace que la respuesta de ansiedad pierda intensidad, produciendo que podamos enfrentarnos funcionalmente a la situación inicialmente ansiógena.
Curva de la respuesta de ansiedad durante la exposición |
*El sistema nervioso autónomo (SNA), que da base biológica a todos los cambios corporales, bioquímicos y hormonales que producen la ansiedad, está a su vez basado en dos subsistemas: el sistema nervioso simpático y el sistema parasimpático. El primero, el simpático, activa el proceso generando la ansiedad, y el segundo, el parasimpático lo controla. Este control va a provocar dos efectos: que este proceso no dure demasiado tiempo y que la intensidad del malestar no llegue a ser tan alta que nos pueda dañar. ¿Qué sentido tendría que aquello que la naturaleza ha diseñado para protegernos, nos hiciera daño? Ninguno. En este sentido la ansiedad no es peligrosa, no te puede pasar nada malo por estar ansioso; eso sí, es incómoda y desagradable.
La importancia de la prevención de respuesta
La exposición no produce el proceso de habituación si no realizamos lo que denominamos la prevención de respuesta. Cuando realizamos una exposición, si deseamos que esta sea lo más efectiva posible, el estímulo tiene que estar en contacto con nosotros, sin nada que se interponga o disminuya la percepción de éste. Por lo tanto estrategias como tomar algo de alcohol o ansiolíticos para ir más relajados a la situación que tememos, a medio y largo plazo no son buenas estrategias porque alargan y dificultan el proceso de habituación. Incluso estrategias aparentemente inofensivas como la relajación o el bloque de pensamiento tampoco estarían del todo indicadas para superar nuestros miedos, o solamente deberían utilizarse en las primeras etapas para quitarlas posteriormente. Incluso el llevar encima amuletos o realizar cualquier tipo de estrategia o ritual que nos haga pensar que no ha sido por nosotros el que hayamos podido enfrentarnos a nuestro miedo, es a medio y largo plazo un problema para superar al 100% nuestros temores.
El concepto de la exposición con prevención de respuesta es claro: enfrentarnos a lo que nos da miedo a “pecho descubierto” para que la exposición sea lo más efectiva posible y la habituación tenga efecto.
Los efectos de la exposición a nivel neuronal y cognitivo
Cuando nos enfrentamos a algo repetidamente y superamos nuestros miedos, las neuronas se reconfiguran y enlazan de manera distinta. La percepción del estímulo que antes estaba conectado neuronalmente a la respuesta de ansiedad ahora ha dejado de estar unido al circuito de la ansiedad.
Y, por otra parte, cognitivamente entenderemos que nuestros miedos son infundados, pero sólo enfrentarnos por nosotros mismos a estos temores hace que el aprendizaje sea verdaderamente eficaz. Durante mucho tiempo nos han podido explicar que el medio de transporte más seguro es el avión o que conducir un coche no es peligroso, pero estos conceptos solo empiezan a forman parte de verdad del pensamiento de la persona cuando nos arriesgamos a enfrentarnos a lo que tememos; en los ejemplos puestos: poner un pie en un avión o empezar a conducir un coche. Solo entonces uno se da cuenta de que lo que tanto teme no ocurre, no es cierto o no existe. Y a partir de ese momento las exposiciones son más sencillas y la habituación se produce más rápidamente.
Volvamos con Aurora
El padre de Aurora no era psicólogo pero tenía nociones muy claras de lo que había que hacer para superar un trauma como el que le sucedió a su hija. Muchas veces los padres, por lástima y sobreprotección, intentamos que nuestros hijos no sufran ningún grado de dolor emocional y esto hace que procesos que se tienen que superar con un cierto sufrimiento, no se superen y se conviertan en problemas mayores. Si el padre de Aurora no hubiera llevado a su hija a clase en coche desde los primeros días después del accidente y le hubiera permitido quedarse en casa esperando a que su miedo disminuyera (cosa que nunca se hubiera producido estando en casa), quizás no habría aprobado el curso, con todo lo que ello conlleva tanto académica como relacionalmente.
Posteriormente, cuando Aurora fue mayor de edad y evadía sacarse el carnet de conducir, la conducta del padre también fue muy oportuna. Por una parte presionándole y a su vez dándole confianza para que pudiera enfrentarse a las prácticas y, por otra, teniendo la paciencia necesaria para que se presentara y aprobara finalmente el examen práctico y obtuviera el permiso de conducir. Y tan importante o más que todo lo anterior fue la charla del padre cuando le insistió en que cogiera el coche repetidamente después de sacarse el carnet. Esto fue fundamental para que Autora se acostumbrara definitivamente a la tarea de conducción y no entrara en un círculo vicioso de evitaciones que le hubieran llevado inexorablemente a convertirse en una de las muchas personas con carnet pero que no conducen por miedo (amaxofobia*).
*La amaxofobia es la fobia a conducir un vehículo o a viajar en él. Se engloba dentro de los trastornos de ansiedad y, en España, diferentes estudios, estiman que lo padece entre el 28% y el 33% de los conductores.
Conclusiones
Una de las técnicas más utilizadas, de una manera u otra, en la terapia psicológica es la exposición para superar diferentes trastornos psicológicos, especialmente en los de ansiedad, pero también en el enfado patológico o en adicciones entre otros. La técnica de exposición tiene un funcionamiento que debemos respetar para que funcione correctamente, y algunas veces es mejor asesorarse con algún profesional de la psicología.
La técnica psicológica de la exposición es muy básica y sencilla pero no admite atajos ni engaños. Lo que sí que permite es la graduación de los estímulos fóbicos para ir realizando las exposiciones de manera gradual aunque al final hay que atravesar un camino, en el que al enfrentarnos sufrimos emocionalmente. Pero ese dolor, como decimos a veces los psicólogos, es un dolor bueno, útil, que nos sirve para crecer, madurar y ser mejores.
Siempre merece la pena enfrentarnos con nuestros demonios. La vida ya nos pone demasiadas trabas que nos limitan a nivel económico, físico o social. No pongamos más rejas a nuestra existencia y vivamos la vida lo más libres que podamos, sin que los invisibles barrotes neuróticos de nuestra mente nos impidan vivir una vida lo más plena, equilibrada y feliz posible.
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